Ya no es un tiempo de perros, sino uno preapocalíptico, con sus 'vientos que pueden superar los 90 kilómetros/hora de velocidad', 'riesgo de inundaciones', y 'descensos vertiginosos de temperaturas', el que se vivió el pasado 16 de noviembre en el exterior del Kasal de Roquetes, y, en general, en Barcelona.
Sin embargo, para borrasca, esa noche, la actuación de Zónula. Reverberaciones guitarreras, 'sintes' analógicos caóticos, distorsión también a las seis cuerdas, incluso scratchin (!!)...algo hervía en el interior del exKvasar, pese a que él en sí no se mostrara alterado, y luego, como siempre, se portara como un sol con todos. Tanto estímulo activo, además, no llegaba sólo por vía sonora, sino que también lo transmitía a nivel visual, fuera por la confusión que generaban las luces estroboscópicas que utilizó en cierto momento, o por unos visuales permanentemente inquietos (carreteras con tránsito, mares revueltos, dunas siseantes, e incluso una escena fija, como obstruida por una sombra). Fuera efecto o no del tiempo, lo cierto es que el lado 'gremlin' de Zónula gustó tanto como lo que había venido haciendo hasta ahora.
La de Joseba B. Lenoir, en cambio, es otra clase de zozobra: menos polifacético que en su visita a El Arco de la Virgen (si mi memoria no me hace los cuernos, entonces se fue también por el folk pastoral, la desnudez acústica, y la experimentación con bucles más ambientales, aunque también dispuso de más tiempo de actuación), en Roquetes predominó su principal faceta, el blues polvoriento que debe haberse traído de las Bardenas Reales (digo yo, que el muchacho es navarro), a veces más directo y trotón, y otras sosteniendo y paladeando las notas de su guitarra, esa que JB domina con tanta maestría y convicción, y, a su vez, poca intención 'pajillera'. Casi teniendo que partirse en dos para poder controlar los pedales y el bombo de batería, los que no lo conocían tuvieron la suerte de descubrirle, y los que ya estábamos al tanto tuvimos el placer de volver a disfrutar con él.
Aunque sea nipón y bohemio y no romano y emperador, Kawabata Makoto llegó, vió, y (con-)venció. Semideidad durante la mayor parte de la velada, entre 'guiris' que habían venido a grabarle y que los componentes de UEH le llevaban en volandas y prestaban atención a todas sus necesidades, desde puramente técnicas hasta pedir una Coca Cola (desde ojos externos, daba un poco de rabia, para qué negarlo), fue sentarse, dejar un bucle de guitarra sonando mientras la gente aún charlaba, levantarse a nivelar a su gusto los amplificadores, y, en poco segundos, 'convertirnos' a todos con un set de media hora en solitario en el que generó paisajes de intensidad variada (y permanente profundidad) con su guitarra, ayudado por un arco de violín, un objeto metálico, o, claro, sus propios dedos.
Ya con el trío francés sobre las tablas, los altavoces empezaron a emitir un rock experimental que tanto podía tomar derroteros más jazzie, sutiles, y temperados (recordaban a Tortoise pero sin su erudición, como bien apuntó el Sr. Olmos), como sonar árido y contundente (formidable Frédéric Jean Artiste a la batería). No obstante, parte importante del quid de su grandeza, como suele ocurrir en este género, se debe a tener el culo pelado de dar conciertos: cohesionados y funcionando a la perfección como banda (aunque mejor en los temas instrumentales que en los que tenían voz), sólo tuvieron que dejarse ir, mientras Makoto iba añadiendo detalles y texturas al sonido con su instrumento, si bien comandó el 'sabbathiano' riff central alrededor del cual se articuló el último tema (casi seguro de los AMTemple) de un gran concierto que culminó una velada realmente inspirada.
Y es que, cuando algunos componentes de OEMB te confiesan que ha sido de las mejores noches bikers que recuerdan, te das cuenta de que el buen cuerpo con el que volviste a casa fue más una sensación colectiva que particular. Aunque cayeran chuzos de punta.
El objeto metálico de Makoto era un cuchillo de los de untar mantequilla!
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