CRÓNICO BICI - ISARDS +ÇA -NOUBARRIS 22.10.15.
Ya solo quería
dormir. Acababa de chupar el segundo pezón hasta dejarlo seco y no me quedaban
más ganas de berrear. Estaba entrándome la modorrilla, allí en los brazos de
esa mujer, mamá. Entonces, lo oí. Era como una de esas canciones que me ponen
cuando no tengo sueño, unos arpegios delicados, saltarines, que botaban como si
vinieran de las nubes, aunque yo sé que no venían de ahí, porque me habían
puesto mirando a la ventana, como si quisieran mostrarme a toda la calle y me
sentía como el niño de Michael Jackson. A ver, ver, ver, tampoco veía mucho, para qué
negarlo, poco más que sombras y nubes borrosas, que todavía no ando muy
desarrollado. Pero las formas difusas me decían que en la terraza del edificio
de enfrente había un montón de gente como transfigurada o alelada, mirando
fijamente al lugar de donde procedían los ruidos. Luego oí a mi padre en la
calle increpando a esas personas desde abajo, diciéndoles que ya era hora de
dormir, aunque yo sabía que era
temprano, porque hasta las nueve y cuarto no me acuestan. Y de repente: Çaska! La típica hostia en la espalda. Y
Ça! Ça! Unos brazos me çarandean. Me
pongo de los nervios, suenan unos aullidos de guitarra y batería infernales.
Todos esperan a que suelte el maldito eructito, pero no sé dónde encontrarlo.
El bajo toca una línea oscilante que parece la montaña rusa. ¡Parad, que voy a
vomitar! Y ahora los tres a la vez: Ça!
Ça! Ça! Y por fin sale el eructo y me dejan de golpear, tranquilo, en paz.
Mamá me devuelve a mi posición normal y me tumba en la cuna. Ahora oigo un vals
circense que me mece lentamente. Y ¡catarock! Suena a metal, se cae al suelo la
cuna, mi padre grita que «¡Ahora sí, ahora sí que llamo a la policía!» Lo miro
desde el suelo sin verlo y sonrío, me carcajeo con esa risa que entontece a
todos a mi alrededor. Para el estruendo. Suenan unos gritos de payaso de
frenopático, asincopados, como katak
takatataka tak katak y la casa se envuelve de guitarras pesadas y rápidas,
pesadas y rápidas. Silencio. Roll the
dice!, dice una voz desde ninguna parte. En mis sueños veo un dado gigante
acolchado que se alza como un cometa y cae al suelo mostrando el número tres. Suena
una melodía impar. Una estrella fugaz incendia el cielo, el ruido se detiene y,
de nuevo, el placer. Son arpegios de jazz. ¡Chan, chan, chan, chan, cha-chan! Y
del arrullo al death metal. «Ahora sí, ahora sí que llamo a la policía!», dice
mi padre disfrazado de Artur Mas. Pero no quiero que paren, así que me vuelvo a
reír, me arrastro hasta la cuna y me hago el dormido con una sonrisa angelical.
Y no, ni los perros, ni los padres, ni los vecinos. Nadie, nadie osa romper la
magia del momento.
ISARDS
ÇA
Foto: Rober Martinez
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